miércoles, 27 de julio de 2005

Gremios

Cada uno de nosotros tiene sus preferidos y sus "encargate vos".
S. se lleva mal con la cuadrilla de Rubenes (no sabemos si todos se llaman Rubén, pero al menos tres de ellos responden a ese nombre), que se dedican principalmente a tareas de pintura. Dice que son todos subnormales y que no entienden ninguna indicación. Tal vez sea cierto, pero yo los veo de otro modo: son todos muy jóvenes (casi adolescentes), diminutos y resultado de los mestizajes más estrambóticos, lo que da como resultado ese tipo de belleza física típicamente argentina, con pieles de matices tan ricos como un crepúsculo pampeano. Son, también, sumamente respetuosos y, cada vez que puedo, les encargo una tarea extra (mover algún mueble de un piso a otro), lo que me permite darles una propina y sentir que en algo contribuyo a su felicidad.
A mí, por el contrario, me pone sumamente nervioso Valeriano, el carpintero. Alguna vez fue chelista, lo que parecería justificar su minuciosidad, sus extravagancias y su terquedad. Pero es, además, un poco tartamudo, lo que dificulta al extremo nuestros intercambios lingüísticos. Melanio, el albañil, es duro de entendederas, pero le perdonamos todo porque finalmente el resultado de su trabajo es impecable. Nunca conviene que dos personas le den indicaciones porque se embarulla. Y conviene vigilar sus evoluciones porque a veces lo que tiene que hacer acá, lo hace allá, y viceversa.
A Pascual lo conocimos el verano pasado, cuando se encargó de unos arreglos en la casa de mi mamá. Es boliviano y sumamente lúcido (somos nosotros, por el contrario, quienes lo entendemos a duras penas), rapidísimo para trabajar y eficacísisimo para sisar materiales, lo que saca de quicio a Anselmo (que se encarga de los números). Yo, que creo que los pobres hacen bien en robar toda vez que pueden, me hago el tonto cuando me parece que algo se acabó demasiado pronto. Mi mamá dice que hago mal porque Pascual se está haciendo una pileta olímpica con todo lo que se va llevando de las casas donde trabaja. ¡Ojalá pudiera yo hacer lo mismo!
Urbano es el herrero y considera que su relación con los metales lo pone por encima del común de los mortales. Hace lo que le place y con su propio ritmo. Es inconmovible a nuestros ruegos pero no hay modo de enfrentar su olímpica actitud porque, después de todo, desciende directamente de la fragua de Vulcano.


1 comentario:

paula p dijo...

Daniel...qué bueno que volviste a tus crónicas barrio-domesticas!! me gustan más que tus críticas literarias, tus links, y tus poemas.sdos.