viernes, 13 de febrero de 2015

Opacidad y transparencia


Por Daniel Link para Soy



En la ceremonia de entrega de los premios Golden Globe brillaron Matt Bomer (dedicó el premio a su marido y a los tres hijos que tienen juntos) por The Normal Heart y Jeffrey Tambor por Transparent. Por arrastre, la misógina y anodina The Imitation Game fue celebrada como película que milita en favor de las disidencias sexuales.

The Normal Heart es un extraordinario telefilm sobre los primeros días de la epidemia de SIDA y la reluctancia de las autoridades sanitarias a declarar el carácter epidémico de una enfermedad de transmisión sexual que no hace diferencias basadas en comportamientos sexuales. Bomer desempeña allí a una de las primeras víctimas del virus.

Transparent ganó en el rubro mejor comedia y su protagonista, Jeffrey Tambor, se quedó con el premio como “Mejor actor en una serie de tv, musical o comedia”. La miniserie es una producción de Amazon y, como tal llamó la atención de la crítica extranjera. Anteayer era Netflix, hoy es Amazon y mañana será, no sé, IMDB, la empresa que haga lobby para que se conozcan sus nuevas formas de distribución de chatarra televisiva.

En Transparent, Jeffrey Tambor desempeña a un señor ya muy mayor, separado y con tres hijos que son, cada uno de ellos, un manojo de defectos y, juntos, una bomba de tiempo (el padre le pide a cada uno de ellos, cada vez que les hace un favor o les promete algo: “no les digas nada a los otros...”).

La serie comienza cuando Mort Pfefferman, patriarca de una acaudalada familia judía de Los Ángeles, decide comunicar a sus hijos, nietos, yernos y amigos que ahora deberán llamarla Maura y aceptarla como lo que siempre fue: una mujer atrapada en un cuerpo de hombre.

Yo no comparto la teoría hegemónica que pretende explicar las identidades trans, mediante la simple supresión del registro de lo imaginario, como una correlación equivocada entre un trascendental psicológico y un trascendental morfológico que la voluntad puede (y debe resolver) gracias a un agenciamiento con la máquina médico-farmacológica. Pero acepto esa teoría hasta que mis amigxs trans me digan que han abrazado otra causa, porque lo que se juega allí no es una verdad abstracta sino una posibilidad de vida.

Parto, como Transparent, de ese presupuesto y me pregunto qué ha hecho el capitalismo audiovisual tardío con ese asunto teórico.

Desde su título mismo, Transparent juega con la parentalidad trans y la transparencia. Pero Mort no ha sido transparente sino para su ex-mujer, casada ahora con una víctima terminal del Alzheimer. Ni sus amigos, ni sus compañeros de trabajo ni sus hijos se hicieron nunca una pregunta seria sobre ese hombre mal peinado que invirtió algunos fines de semana de su vida matrimonial en los campamentos de crossdressing a los que los norteamericanos son tan afectos (si los tienen sobre ciencia, sobre ajedrez, sobre hábitos alimentarios, ¿por qué no habrían de tener uno sobre el gusto masculino por la ropa femenina?).

Por supuesto, en esos mismos campamentos se plantea la pregunta radical sobre la diferencia entre usar ropas de mujer, sentirse una mujer, la atracción sexual por hombres o mujeres, preguntas que no pueden contestarse en la sana algarabía de un fin de semana durante el cual se han suspendido las reglas de lo cotidiano.

Enterados los hijos de esta nueva manía (así presentada) de su padre, la aceptan como judíos liberales que son con diferentes grados de carcajada: en todo caso, a ellos parecen importarles más el destino de la casa paterna y sus propios dramas sentimentales que la desgarradura identitaria de Maura.

Lo que constituye el foco de interrogación de Transparent no es la identidad trans, que es presentada con ligereza que bordea el rídiculo, sino la reacción de las instituciones liberales (la familia, la comunidad, la representación visual, etc.), llevadas a un límite. Enemigo de toda opacidad, incapaz de sostenerla, el liberalismo económico, identitario y comunicacional pretende convertirlo todo en un mero problema técnico.



Recuadro:



Mientras tanto, en otro lugar...



Kayinin ("Existimos") se estrenó en Youtube como una serie destinada a difundir las atrocidades que sufren las personas LGTB en Marruecos. El primer capítulo reproduce un relato oral que una presunta víctima del autoritarismo marroquí sufrió (cárcel por prostitución), acompañadas de unas imágenes filmadas por separado donde un actor gesticula aproximadamente en relación con lo que se va diciendo, sin que su cabeza se vea nunca. Tratándose de una acusación semejante, en un país donde la prostitución es ejercida por los varones desde los 12 años con algarabía (mi teléfono celular está lleno de números de Mustafás y Mohameds cuyos servicios nunca contraté pero que me insistieron para que guardara sus contactos) y donde hasta los sordomudos pretenden sacar algún rédito del improbable regalo que Alá les habría otorgado (el tamaño de su miembro), la condena del protagonista suena un poco extravagante (aunque todo puede ser cierto): ¿qué hubiera sido de Roland Barthes, de Truman Capote, de Yves Saint Laurent si la sexualidad mediada por el dinero no fuera moneda tan corriente en la sociedad marroquí?). Naturalmente, el Islam es fundamentalista y la imagen que se tiende a aceptar de los países musulmanes es de extrema represión de todos los comportamientos. Pero ni en Egipto (país mucho más intolerante que Marruecos) las cosas son tan “transparentes”. Como siempre, los que sufren los abusos del Estado son quienes están en peores posiciones para defenderse, los pobres. No parece ser el caso del protagonista de Kayinin, un sedicente estudiante de posgrado con zapatos Caterpillar que, con sus palabras, halaga la mala conciencia de París.

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