viernes, 28 de agosto de 2015

Leer los lugares vacíos

por Patricio Zunini para Eterna Cadencia


Daniel Link habla de su nuevo libro de ensayos, Suturas. Imágenes, escritura, vida (Eterna Cadencia Editora): “el amor, la inclinación, el deseo, la simpatía son los que suturan lo que la sociedad separa y jerarquiza”, dice.

«Habrá habido mucho más en el medio». Daniel Link inicia el segundo capítulo de Suturas. Imágenes, escritura, vida con la pregunta que le hacen por sus dos matrimonios: el primero con una mujer, el segundo con un hombre. Esa frase bien puede funcionar como el tono general de este volumen que viene a completar la trilogía iniciada en 2005 con Clases. Literatura y disidencia y continuada con Fantasmas. Imaginación y Sociedad (Eterna Cadencia, 2009). En un recorrido que va desde la filología a la biopolítica, Link interroga “lo viviente” en una sociedad que necesita de una nueva terminología para pensarse. Como la civilización de los eblaítas creada por Rafael Spregelburd para la obra de teatro “Spam”, que inventan un idioma para definir el espacio entre objetos, Link busca en Suturas el espacio —lo “mucho más que en el medio”— entre un período y otro, entre los intereses de un filólogo y otro, entre un artefacto cultural y otro.

—¿Debemos entender que esos espacios son las suturas del título?

—Sí, creo que das en el clavo. Me interesan esos intersticios, o esos puntos de contacto (el tacto, en todo caso, es el sentido que el libro privilegia) entre dos cosas (culturas, artefactos, afectos, prácticas) que son heterogéneas. El in-between o el entrelugar, como llamó Silviano Santiago a esa disolución de las certezas plenas o las identidades homogéneas. Me parece que hay que tratar esos bordes no tanto como límites sino como umbrales. Sigo en esto a Ricardo Piglia, quien notó, en un texto clásico, esas cicatrices que se producen en lo liminar, es decir, cuando dos culturas se tocan: «El juego de organización —uno podría decir— de los límites de una cultura están dados por el enigma y el monstruo. Allí está lo que una cultura no puede entender. Es la palabra de los dioses, si uno piensa en la gran tradición. El enigma es aquello que dice la verdad última, es la palabra del oráculo, y el monstruo es el otro límite.» (Cito “La ficción paranoica” por la versión de la transcripción publicada por El interpretador). O sea, que esos límites son heridas, que tienen que ver con lo que sucede cuando dos culturas se tocan: un pequeño temblor, un seísmo. Así lo entienden Quignard y Barthes, a quienes usé para esto mismo en Fantasmas. Para Barthes, cuando dos registros se tocan, ese punto de juntura entre naturaleza y cultura provoca un seísmo o un satori: «La escritura es en suma, a su manera, un satori: el satori (el acontecimiento Zen) es un seísmo más o menos fuerte (para nada solemne) que hace vacilar el juicio, el sujeto: opera un vacío de habla». (L’Empire des signes. Ginebra: Skira, 1970).






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