sábado, 31 de octubre de 2015

Más moderno que todos los modernos


por Daniel Link para Eñe

Bajada: El próximo 2 de noviembre se cumplen cuarenta años del asesinato de Pier Paolo Pasolini, uno de los más grandes artistas e intelectuales del siglo XX. Si bien su muerte fue el efecto de un oscuro episodio sexual, nadie duda del carácter político de esa desaparición que dejó a Italia y al mundo sin una de las voces más excéntricamente lúcidas del Novecento.
Para conmemorar esa desaparición de alguien que está, sin embargo, cada vez más vivo, la romana Università degli Studi dell'Aquila propuso a la Universidad de Tres de Febrero la organización de un Coloquio Internacional sobre las relaciones de Pier Paolo Pasolini y el Tercer Mundo.



Pasolini nació en Bolonia en 1922, pero de niño vivió en varias ciudades y del norte de Italia, en particular Casarsa, localidad y comuna de la región de Friuli-Venecia, de gran influencia en su obra poética. Su padre descendía de una antigua familia noble de la Romaña, su madre provenía de una familia de campesinos friulanos y era maestra. Pasolini empezó a escribir poemas a los siete años de edad y publicó por primera vez a los 19, mientras se encontraba estudiando en la Universidad de Bolonia, donde descolló con un refinado filólogo atento a las lenguas “menores” que la unidad italiana iba sepultando bajo un manto de olvido. Fue miembro del Partido Comunista Italiano, del cual fue expulsado “por indignidad moral” en 1948. En 1957 publicó uno de sus libros más ambiciosos y más aclamados, Las cenizas de Gramsci (Premio Viarregio) y al año siguiente El ruiseñor de la Iglesia católica.


Entre el marxismo gramsciano y la antropología cristiana construye Pasolini una verdadera antrolopología revolucionaria que todavía hoy encuentra ecos en la filosofía europea. En 1960 publicó los ensayos de Passione e ideología, y en 1961 otro libro de versos, La religione del mio tempo, mientras iniciaba su extraordinaria carrera como director cinematográfico con Accatone, con la que comienza su relación personal y profesional con Franco Citti. A partir de entonces se suceden los libros de poemas, las reflexiones semiológicas, las películas, las intervenciones públicas (sus polémicas con la neovanguardia y con el estructuralismo francés, igualmente vacíos de vitalidad, en su perspectiva), las piezas de teatro y las novelas, a una velocidad de vértigo.

En 1975 estrenó la que sería su última película, Saló o los 120 días de Sodoma, que la burguesía italiana no pudo perdonarle. Su verdugo lo alcanzó el día de todos los muertos, mientras trabajaba en su novela Petrolio, un proyecto monstruoso e informe que fue publicado recién en 1992 y que obliga a una revisión retrospectiva de su obra. Abel Ferrara, en su película estrenada el año pasado (Pasolini, magistralmente protagonizada por Willem Dafoe), focaliza su atención al mismo tiempo en los últimos días de Pasolini y algunos tramos de Petrolio.

Varias veces en su vida Pasolini confesó su intención de abandonar Italia y esa misma intención parece dominar toda su obra. En una entrevista de Eugenia Wolfowicz en 1975, Pasolini reflexiona sobre la relación de su obra con la sociedad de consumo. A la pregunta “¿Usted quiere decir que la sociedad de consumo invadió, incluso, Sicilia?”, contesta:


No sólo invadió Sicilia sino que la destruyó. Si usted hubiera estado allí hace diez años y volviera ahora, no la reconocería. Todos los jóvenes han emigrado, puede ir en coche durante horas, de un pueblo a otro en Madonia sin encontrar un solo joven: sólo verá viejos y algunos chicos y pollos. ¿Dónde están los jóvenes? Se fueron a Alemania, a Francia o al norte de Italia, donde llevan un tipo de vida totalmente alienante que destruye su sistema de valores, lo reemplazan por otro que, para ellos, son locos y absurdos. Esos valores les son impuestos por los horrores de la televisión, la radio y otros medios de comunicación, la infraestructura, la moda, etcétera.

Durante años tuve que vivir con este horror. Al principio, ya se lo dije, reaccioné reafirmando los antiguos valores que iban a ser reemplazados y destruidos. Ahora que la situación no tiene remedio, a menos que me suicide o huya de Italia, de poder adaptarme a lo que llega, así como lo ven, mis películas reflejan la nueva y horrible realidad italiana.


Mientras Pasolini pueda luchar en contra de esto, recurrirá a la política del anacronismo, reafirmando valores tradicionales: la ética cristiana, el primitivismo africano, la huida hacia el Tercer Mundo (real o simbólico). Luego, el rechazo absoluto.
Toda la obra de Pasolini podría entenderse como un progresiva disidencia de Italia (ese límite nacionalitario), aunque sólo fuera porque toda la obra de Pasolini está tramada alrededor de los dialectos entendidos como lenguas menores. Si la pregunta es qué arte hacer, Pasolini responde: un arte que fusione lo íntimo y lo público. Su Edipo Re (1967) no es sólo una película que adapta el texto de Sófocles sino la historia del propio Edipo de Pasolini.
La idea de Pasolini fue volver a empezar con la poesía, la novela, el cine y la política como si la historia no hubiera sucedido, como si fuera un ser recién expulsado del Paraíso. En una de sus más importantes intervenciones teóricas, “32 puntos para un nuevo teatro” (1968), Pasolini escribe que:

El nuevo teatro no oculta (con candor de neófito) que se remite explícitamente al teatro de la democracia ateniense, saltándose completamente toda la tradición reciente del teatro de la burguesía, por no decir la entera tradición moderna del teatro renacentista y de Shakespeare.

Su arte es un arte de la más profunda y deliberada inocencia (griega).

La “actitud Pasolini”, que le permite ser “más moderno que todos los modernos”, tiene que ver con esa suspensión de los límites: películas, cartas, novelas, poemas, todo forma parte de la misma experiencia, que no puede desprenderse de un conjunto de negaciones radicales: la negación de la automía de la literatura, al mismo tiempo que se afirma un rechazo total del presente (dominado por una “mutación antropológica” cuya dirección lo horrorizaba). En ese contexto, lo que Pasolini intenta desarrollar es el rechazo a toda posible instrumentalización del arte y de la vida por parte de la cultura: sostener el arte en su negatividad más absoluta, menos estatizable.
En la “Abjuración de la trilogía de la vida”, Pasolini constató que la presentación gozosa de los cuerpos que, para él, debía constituir un gesto de ruptura, había sido asimilado por la sociedad de consumo. Y es por eso que Pasolini abjuró de El Decamerón (1971); Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974) declarando que esas películas habían perdido toda fuerza crítica.
En todo caso (porque el régimen del arte es para Pasolini idéntico al de la carta), “lo que importa es, antes que nada, la sinceridad y la necesidad de lo que debe decirse”. Y sólo por eso Pasolini no se arrepiente de haber filmado esas películas, que forman parte de ese protocolo (ingenuo, si se quiere) de sinceridad y necesidad (es decir: de inscripción de sí en una experiencia estética). La crisis cultural y antropológica de los años ’60, tal y como Pasolini describe al período, opuso

los cuerpos inocentes con la arcaica violencia vital de sus órganos sexuales (entendidos, estos cuerpos, como el último baluarte de la realidad), a la irrealidad de la subcultura de los medios masivos de comunicación.
En ese combate, piensa Pasolini, perdió “la realidad”. La protesta de Pasolini contra el mundo es una protesta contra la irrealidad de una ideología y de un aparato cultural (al mismo tiempo, una protesta contra la irrealidad de lo imaginario y una protesta contra la noción de compromiso sartreano). ¿Bajo qué forma Pasolini entiende la realidad? Varias palabras se repiten constantemente a lo largo de su obra; la violencia y la inocencia (al mismo tiempo), lo arcaico y lo vital, la fuerza (sagrada) del sexo, núcleos tanto de su poesía como de sus ficciones (películas y novelas).
Para Pasolini la realidad es eso que debe permanecer encantado y el arte, aquello que contribuya a sostener el “encantamiento del mundo”. Frente a una modernidad donde lo que se verifica es la progresiva pérdida de valores o la progresiva reificación de las personas y de las relaciones personales, Pasolini afirma un mundo de valores puros, indeterminados. La estética adecuada en relación con una realidad así pensada podría ser descripta, en términos de representación, como una suerte de “realismo figural” al estilo del realismo de la edad media (Pasolini elige siempre modelos “arcaicos”, es decir: fuera de la lógica del “progreso”). Sobre todo de la pintura de Giotto, que inspira profundamente las composiciones de cuadros de las películas de Pasolini, tensionados entre la crudeza y el simbolismo.
Lo que reconocemos como la obra de Pasolini funde sus raíces en el rito y en la palabra como manera de oponerse al academicismo burgués y al vanguardismo antiburgués. Dicho de otro modo, las palabras de Pasolini se cargan de sentido en un ritual. Ese ritual es la poesía y la poesía funciona, para Pasolini, como matriz de todas las artes (en Empirismo eretico, Pasolini desarrolló la oposición entre cine de prosa y cine de poesía).
Naturalmente, el reencantamiento supone el riesgo de la reterritorialización: no se trata de reencantar el mundo en la magia (eso es Harry Potter) o en la tradición de la Iglesia de Roma (el humanismo cristiano).
Para nosotros lo sagrado (en cualquiera de sus formas: Dios, el sexo, el amor, la vida, la amistad, la naturaleza o la Razón) no juega ya ningún papel porque repugna a las relaciones de intercambio. Nos hemos convertido en meros epifenómenos de las clases constituidas por el mercado (o por los mercados, como está hoy de moda decir: así como hay un mercado de la vida y de la muerte, hay también un mercado de Dios y del deseo).
Para Pasolini, esa pérdida de lo sagrado era el fin. Y si murió como una víctima sacrificial fue justo que así fuera: no de otra cosa hablaba Petróleo, ese monumental informe que nos legó como el mejor regalo que un conjurado puede legar a quienes lo sobreviven y que nunca, nunca alcanzarán a entender su radical modernidad.
En Poesía en forma de rosa (1964), iba ya “por la Tuscolana como un loco,/ como un perro sin dueño por la Apia/ (...) más moderno que todos los modernos, buscando hermanos que no existen más”.



Recuadro:

Coloquio Internacional “Pasolini y el Tercer Mundo” organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Università degli Studi dell'Aquila con el patrocinio del Instituto Italiano de Cultura.
Bajo la coordinación general de de Diego Bentivegna, participan Ana Amado, Lucia Faienza, Massimo Fusillo, Eduardo Grüner, Davi Pessoa, Miguel Rosetti, Gianluigi Simonetti y Luca Zenobi. En UNTREF, sede Rectorado (Juncal 1319, piso 3), lunes 2 de noviembre de 2015, de 13.30 a 21.00. Con traducción simultánea.

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