miércoles, 9 de febrero de 2005

"Yo es otro"

(ensayo sobre el método)

Lo prometido es deuda: ¿qué significa el cadáver exquisito de tercera generación? Ya sabemos que todas las palabras que se publican en la red están indexadas. "La Biblioteca de Babel" imaginada por Borges es hoy un texto realista. De modo que a esta altura del partido, podemos suponer, no quedan ya palabras fuera de la biblioteca aberrante que es la red. Habría que suponer que habrá posibles nuevas combinaciones, y sólo eso (tal vez ni siquiera eso).
No es extraño, pues, que determinados puntos de partida encuentren siempre el mismo punto de llegada (este blog), aún cuando "cómo armar un barco de madera en miniatura" o "proyecto para instalar un orfanato" no formen parte del horizonte ideológico y lingüístico que el "autor" de estas líneas puede reconocer como propio. El horizonte ideológico y lingüístico de los "autores" cibernéticos queda disuelto por el procedimiento (el método), lo que, una vez más, nos lleva a una de las grandes utopías de la vanguardia: la desaparición del sujeto (que tanto escandalizaba, en su momento, a Sartre, y contra la que se rebelaba Adorno, por citar dos nombres bien dispares). Una vez que esa aniquilación de la conciencia se ha producido (irremediablemente) no habría modo de sostener dialéctica alguna entre el "interior" y el "exterior" de la conciencia (es decir: cualquier dialéctica entre lo público y lo privado).
No es que esto suceda "ahora", y antes no (ahí están esos impresionantes monumentos como los Diarios de Kafka para demostrar lo contrario). Lo que sucede ahora es el dramatismo de la operación: no hay "yo" que pueda sostener "yo no soy eso", "yo" no es ese listado de palabras combinadas mecánicamente. Precisamente, "yo" (en la medida en que "yo" es esto que escribo) soy sólo el efecto de esa mecánica. Más allá del asombro que yo mismo puedo sentir (o precisamente por eso), algo me liga con los huérfanos y los orfanatos, con las miniaturas y las instrucciones. ¿Qué será? No lo sé, pero intuyo que en esos disturbios que desmoronan lo que sé de mí me siento interpelado. Lo que sé es el lugar que los huerfanos han tenido, históricamente, en mi vida afectiva, pero no entiendo cómo eso se deja leer tan transparentemente en un "cadáver exquisito" generado por un buscador, y no hay teoría psicoanalítica que sirva en este punto (en verdad: en ningún punto).
El "cadáver exquisito de tercera generación" liga con la cultura (o mejor, con determinada cultura): Mar del Plata, Sebastián Rulli, botox, los carnavales, ¡Adolfo Stray!, las máquinas depiladoras... Aunque yo pretenda ser exterior a ese universo, en el fondo no lo soy (ejemplo: llegué a Sebastián Rulli a través de la página ohlalaParis, con la cual tengo una relación ambigua. No sabía quién era S.R. hasta que pegué su foto en mi blog y entonces S. me "recordó" su origen o su paso por... Montaña rusa, o lo que fuera. Sino en mi conjunto de saberes, al menos S.R. tenía un lugar en el conjunto de saberes de la persona que duerme a mi lado. Lo de Adolfo Stray todavía no ha sido dilucidado).
Puedo ser pesimista al respecto y decir que nada tiene sentido (ya todo ha sido escrito en un libro infinito, la conciencia ha sido aniquilada, etc.). La mayoría de las veces adopto ese punto de vista. Pero como soy un paranoico corro tras el sentido y entonces prefiero pensar el modo en que "yo" ("yo" como construcción o efecto de discurso) encajo o no con la cultura, ésta o aquélla: en todo caso, un listado de palabras.
Por cierto, no soy Pizarnik, de modo que no estoy dispuesto a eliminar de mi vocabulario determinadas palabras (prometo, eso sí, no volver a hablar de Sebastianes Rullis), aunque la proliferación de culos (argentinos, marplatenses, tatuados, brasileños, cojidos...) me parece un exceso de representación en relación con mis preocupaciones. ¿Por qué nunca Kafka, o Schönberg, o Pasolini? En el fondo, la respuesta es obvia: en la cultura de la que participo (el singular me molesta: en las culturas de las que participo) importa más un buen culo que el arte. Y esa es la paradoja que me/nos constituye.
Si cruzamos la información de los buscadores y de las visitas ilustres, lo que también queda claro (además del monitoreo constante de la red por parte de los norteamericanos) es que no hay operadores de busca que permitan deducir qué estaban investigando en el Tecnológico de Monterrey, el California Institute of Technology, la Compañía naviera Pérez Companc, la Ruprecht Karls Universität, la Bolsa de Madrid o ¡la Old Dominion University de Norfolk! para llegar a mi página. ¿Poetas suicidas? ¿Enamorada del muro? ¿Agamben? ¿Santa Teresa de Bernini? ¿Sissi? ¿Poemas para "bodas de plata"? En modo alguno: lo que único que importa aquí y allá (Microsoft, la Pompeu Fabra o el Ministerio de Economía) es un buen culo.
Y en eso, señoras y señores, los argentinos tenemos todas las de ganar. Pongámonos la camiseta: quieren culos, tendrán culos (aderezados, eso sí, con filosofía barata). Ojo para una cosa y para la otra, os aseguro, no me falta.

3 comentarios:

Juan Chaves dijo...

No somos haces evanescentes de trazos de las circunstancias. Somos hombres, mujeres, etc., de carne y huesos. Cada yo y cada autor es un ser humano circunstancial.

Eso de la muerte del sujeto es una tontería peposa.

Juan Chaves dijo...

No somos haces evanescentes de trazos de las circunstancias. Somos hombres, mujeres, etc., de carne y huesos. Cada yo y cada autor es un ser humano circunstancial.

Eso de la muerte del sujeto es una tontería peposa.

Juan Chaves dijo...

No somos haces evanescentes de trazos de las circunstancias. Somos hombres, mujeres, etc., de carne y huesos. Cada yo y cada autor es un ser humano circunstancial.

Eso de la muerte del sujeto es una tontería peposa.